Hoy nuestras
líneas van dedicadas al sentimiento de un cofrade y costalero. Empezaré contando el porqué quise formar
parte de esta Hermandad. Quise sentir, conocer y experimentar las sensaciones
que compañeros de las trabajaderas comentaban. Cuando me comentaron que la
hermandad de la Esperanza iba a procesional como una imagen de Cristo, en
seguida quise conocer dicha imagen.
Cuando me encontré de frente con él, vi en su mirada algo único y especial y hay
supe que aparte de hermana tenía que ser costalero.
De este modo decidí a formar parte de esta Hermanad y presentarme a la Igualá de la cuadrilla de costaleros del Señor de la Salud. Un día muy esperado para mí, tenía esa ilusión que tiene un niño cuando le hacen su primer regalo. Tras esto vinieron los ensayos en los cuales cada día había una sensación nueva, diferente y muy bonita, cada racheo, cada levantá…. Era todo nuevo pero a la vez muy conocido, ya que siempre estuve, muy cerca de este mundo cofrade.
Ensayo tras
ensayo se veía más cerca el gran día soñado, ya en el Retranqueo se sentían las fuerzas, ganas e ilusión por
ser los pies de nuestros titulares y procesionar por las calles de
Albatera, pero para ello aun quedaban unas horas.
Llego el día
más esperado para mi, mi primera estación de penitencia, la cual asumía con
gran fervor. Desde la mañana ya sentía esa cosquilleo en el estomago, mientras
preparaba la ropa, zapatillas, medalla, faja... Empezaba a sentir el nerviosismo y la
espera se hacía eterna. Llego la hora
de empezar a vestirme y ponerme camino de la Iglesia, y todo seguía siendo
mágico y tan bonito como lo esperaba.
Empezamos a meternos bajo la trabajadera
y a escuchar las voces de nuestro capataz, hay llego mi primera levantá. A la salida de
la Iglesia fui los pies y manos de nuestro Padre, cuando escuche los sones de
una de mis marchas favoritas, Caminando va por tientos, sentí un escalofrió por
todos los poros de mi piel, fue una sensación inexplicable.
Cada chicota
era diferente todas tenían una recompensa, aunque el premio final está en
ellos, en acercar el hijo a la madre y la madre al hijo, cuando las fuerzas
flaqueaban toda la cuadrilla sacaba fuerzas para seguir adelante y que madre e
hijo se encuentren. Así llego el
final de mi primera estación de penitencia, y supe que no volvería a falta
ningún año y que seguiría cerca de ellos, cada día del año.
Hoy puedo decir que tengo la suerte de
ser costalero y cada día del año sueño con esos días que voy cargando en sus
costeros. Si no conoces este sentimiento, tienes que meterte debajo y ayudar al
costalero...